Por Fernando Alarriba
“Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que, aunque de forma involuntaria, el accionar de la administración morenista en el puerto está mostrando nuevos derroteros: vastas áreas de oportunidad que, de ser exploradas y trabajadas adecuadamente, ayudarían a ampliar y fortalecer los alcances sociales, económicos y políticos de la cultura en Mazatlán”.
Inicié este texto retomando el último párrafo de “La política cultura en tiempos de ‘El Químico’”, en donde analicé los principales ejes de la política cultural del gobierno de Luis Guillermo “El Químico” Benitez Torres, destacando entre estos la promoción del puerto a nivel nacional e internacional a través del turismo.
Desde luego, los nuevos derroteros que la administración Benitez Torres muestra (repito, de forma involuntaria) son aquellos que hacen del turismo un fenómeno cultural: su capacidad de contener y producir valor simbólico (aportar significados sociales) pero, sobre todo, su capacidad de generar valor económico (a través de empleos, ingresos y de articularse con diversos sectores productivos).
Es vital tener en cuenta que, históricamente, en México las políticas cultuales se han fundado a partir de los valores simbólicos y se han orientado a través de acciones con fines educativos (formación de artistas y públicos a través de carreras técnicas, licenciaturas, diplomados, cátedras, talleres) o de animación (conciertos, presentaciones de libros, festivales, exposiciones, etc.) dando poca o ninguna relevancia a los aspectos económicos.
Mazatlán no es la excepción y su potencial cultural descansa en la infraestructura que se concentra en el Centro Histórico (Centro Municipal de Artes, Teatro Ángela Peralta, galerías, etc.), en el desarrollo de compañías y grupos artísticos de alto nivel (Delfos Danza Contemporánea, Taller de Ópera, Camerata Mazatlán) y en el rescate y preservación de un amplio sector de esta zona en donde, a lo largo de tres décadas, han florecido cafés, restaurantes, galerías, joyerías, foros, librerías y otras microempresas culturales.
Pero el hecho de que el Centro Histórico sea un importante caso éxito en el que, tanto los valores simbólicos como económicos de la cultura están presentes, no significa que la interpretación del turismo cultural a nivel local deba limitarse a esta área, y es aquí en donde entra el “accidente afortunado” de la administración 2018-2021: enfatizar, a través de la promoción turística, los valores económicos y sociales que poseen otros símbolos de la cultura local (en especial el Carnaval y la música de banda); sugerir la existencia de áreas de oportunidad distintas al universo de la alta cultura porteña.
Porque, seamos realistas, los públicos que alcanzan tanto el carnaval como la banda sinaloense son inmensos, mucho más amplios que aquellos exclusivos a la literatura, el cine de arte, el ballet, el teatro, la danza contemporánea, la música clásica o la ópera; y además, la popularidad, arraigo y presencia de estas expresiones en numerosos ámbitos de la vida pública del puerto permiten que sean apreciadas como algo cercano y accesible, y no como experiencias que requieren de lenguajes o hábitos de consumo específicos para su apropiación. Tristemente, durante la administración Benitez Torres, esta valoración de la potente cultura popular mazatleca devino en parafernalia política algo que, quizás, pueda convertirse en un “error positivo”.
Posibilidades: industrias culturales y economía cultural
Si, hasta el momento, el concepto de turismo cultural ha sido abordado superficialmente por los tomadores de decisiones (sectores públicos y privados): ¿Qué se puede hacer para que, en un futuro, este fenómeno deje de ser un discurso y se integre formalmente a los planes de gobierno locales?

Sólo a partir de este punto podremos apreciar la diversidad de recursos simbólicos con los que cuenta Mazatlán y crear una oferta turística que rebase el folclorismo y las narrativas chatas y ramplonas sobre nuestro patrimonio: pensar en ofertas de turismo musical, literario, gastronómico, lúdico, etc., y priorizar aquellos aspectos de nuestra identidad que deben ser interpretados, difundidos y comercializados con mayor rigor y atrevimiento.
Porque, más allá de Ángela Peralta, ¿En dónde están los relatos sobre el rico panorama musical que floreció en Mazatlán a lo largo del siglo 19? Fuera del Combate Naval, ¿Cómo se evoca la batalla militar del 31 de marzo de 1864? ¿Cómo se ha preservado y representando la historia del Vals Alejandra? ¿Qué hay de los relatos sobre los espeluznantes tiempos de la peste y la fiebre amarilla? Si Mazatlán ha sido un destino para escritores y artistas: ¿Hay recorridos que hablen de esto? ¿Se difunden y promueven sus obras? ¿En dónde están los museos del Carnaval y la música de banda y todos los productos y actividades que estos espacios pueden generar?
Creo que la base radica en comprender el turismo como un fenómeno cultural y abandonar la idea de que la cultura es un “extra” para el turismo; es decir, es necesario entender que las expresiones artísticas, las condiciones territoriales, las tradiciones y formas de vida propias de la ciudad son los pilares de las experiencias turísticas y no un colofón de éstas.
Desde luego, el párrafo anterior debe engrosarse y orientarse bajo la óptica de historiadores, gestores culturales, escritores, pintores, musicólogos, educadores, museógrafos, artistas plásticos, cineastas, coreógrafos y un nutrido ejército de trabajadores de la cultura. ¿Qué sucedería si todo ese conocimiento y capacidad de trabajo incidiera, por lo menos, en la etapa de diseño de recorridos turísticos, dramatizaciones, libros y revistas (físicos o virtuales), musicales, murales, artesanía, posters, postales, eventos gastronómicos, exposiciones, películas, aplicaciones…?
Estaríamos hablando de que en Mazatlán las industrias creativas (aquellas que tienen su origen en la creatividad, el talento o habilidad y que tienen potencial de creación de riqueza y empleo a través de la propiedad intelectual) tendrían un vínculo directo con el turismo, una de las actividades económicas más potentes del estado. Publicidad, arquitectura, artesanías, diseño, moda, joyería, producción audiovisual, música, artes escénicas, edición y muchas otras actividades que ya se desarrollan en el puerto comenzarían a ser tomadas en cuenta en términos de una economía cultural.
Obviamente, ejecutar un cambio de esta naturaleza puede iniciarse en una administración, pero su mantenimiento y desarrollo dependerá de un proyecto de largo aliento que tenga la capacidad de valorar los fenómenos culturales desde otra óptima: la de sus aspectos económicos.
Sin embargo, mientras se siga hablando de la cultura como un bien “invaluable” que, al mismo tiempo, debe ser gratuito, las vocaciones y carreras de los trabajadores de este sector seguirán confinadas a públicos pequeños y especializados; a una dinámica social y política que no reconoce la rica presencia que ya tienen en muchos otros escenarios de la vida diaria.
Es difícil darle un carácter “industrial” a la cultural, para algunos prácticamente implica una lucha entre lo espiritual y lo material: sin embargo, todo producto y experiencia cultural cuesta; desarrollar una idea o perfeccionar un talento, cuesta; programar eventos, diseñarlos, promoverlos…todo implica un costo y seguir pensando que el arte y la cultura se ponen en riesgo si son contemplados desde una perspectiva económica es ingenuo.
Sin embargo, mientras los gobiernos locales sigan refugiándose en la creación de discursos y sobre todo, en la idea de que, mientras la cultura y el arte huelan, exclusivamente, a “buen gusto”, “educación”, “moralidad”, “excelencia artística” o, en su defecto, apesten a Carnaval, los recursos económicos y humanos que sostienen estos campos seguirán teniendo un valor…” simbólico” y, siendo así: ¿para qué evaluar, planear e invertir en la cultura?
Lamentablemente, las lecciones más importantes del accionar político de la presente administración son algo que, insisto, quedan para el futuro, ya que hay errores que pesan, y cuestan, mucho.

Allí está “La Perla del Pacífico”, un monumento que tuvo un costo de 4.5 millones de pesos y que se instaló con un doble propósito: coronar las obras de remodelación de las Avenidas Rafael Buelna, Camarón Sábalo y Avenida del Mar; y, de acuerdo al primer edil, convertirse en un símbolo del puerto porque: “(…) las nuevas generaciones de mazatlecos no saben, no están enteradas que Mazatlán desde muchísimos años era conocida como la Perla del Pacífico, de tal manera que era necesario poner algo icónico para que no se volviera a olvidar por qué Mazatlán era la Perla del Pacífico”. 1
Las “bellas” intenciones (las comillas son por las cuestionables cualidades estéticas del monumento) de exaltar el orgullo local se vuelven un grotesco gesto político que refrenda que la cultura (sus valores simbólicos) es utilizada como un instrumento para intentar influir en el ánimo y en el imaginario colectivo (de la forma más burda) y, en especial, para refrendar una identidad turística de Mazatlán que resulta sumamente limitada.
Habrá que ver cuál será el tiempo de vida de “La Perla del Pacífico” (la figura de Genaro Estrada fue longeva, en cambio su sucesora, una frágil gaviota plateada, duró poco), pero, de momento, lo verdaderamente importante radica en pensar cómo hacer de ésta, la “Estela de Luz mazatleca” (guardando las proporciones) un punto de inflexión para el turismo cultural en el puerto.
1 http://www.sinaloahoy.com.mx/portal/inauguran-el-monumento-a-la-perla-del-pacifico-en-la-zona-dorada-de-mazatlan/