Por Fernando Alarriba
Un agradecimiento especial a la poeta Ana Belén López y a su esposo, Gaspar Pruneda. Sin su generosidad este encuentro no habría sido posible.
Conocí al maestro Santos de la Torre en 2016 cuando vino a Mazatlán para encabezar el encuentro multicultural “El venado y el cuervo”. Recuerdo su alegría al ver la estatua de “El venadito” y pedirme que le tomara una foto para celebrar que estaba en la “Tierra de venados”: la tierra de “Kauyumari” (el venado azul) dios, hermano mayor de los wixárika.
Dos años después, recibí una llamada suya, me dijo que estaba interesado en regresar al puerto para entender mejor al “Venado de la sombra”. En enero de 2019 recibí al maestro Santos en mi casa. Recorrimos Mazatlán y conversamos sobre el “Venado de la sombra”, sobre la religiosidad wixárika y, en especial, sobre nuestras vidas.
Por una petición directa del maestro Santos, no puedo hablar sobre lo que es el “Venado de la sombra” y, aunque quisiera, el significado de este mito rebaza por mucho mi entendimiento ya que su esencia pertenece a la compleja y fascinante cosmogonía del pueblo huichol.
Sin embargo, el maestro ha aceptado que comparta este perfil biográfico que contiene algunos episodios de su vida que ha rehuido una y otra vez ya que, asegura, lo único que vale la pena recordar es la memoria sobre lo sagrado.
Creo que la vida de este maestro del arte mexicano es, en todo sentido, un testimonio excepcional de cómo el arte puede convertirse en un vehículo de expresión de los aspectos más trascendentales del ser.
Espero que este texto ayude a comprender mejor la verdadera intención de este extraordinario creador.
I. Primeras luces
“Recuerdo que mi mamá nos contaba que antes, cuando ella era joven, colgaban a los huicholes de los árboles. Fue durante la Guerra Cristera. Llegaban a las comunidades y mataban a los niños y a los hombres, violaban a las mujeres y nadie entendía el porqué de tanta maldad”.
Para Santos Motoapoaua (Eco de la Montaña) de la Torre de Santiago, narrar el dolor que ha poblado su vida es casi un pecado, después de todo, no se trata de la memoria de los antepasados, la memoria sagrada del pueblo huichol que desde hace más de cinco décadas ha plasmado en su arte y que, asegura, es lo único que vale la pena recordar.
Sin embargo, así como los wixárikas surgieron de las oscuras aguas primigenias para ver el nacimiento del sol sobre el Cerro Quemado en Wirikuta, este maestro del arte huichol contemporáneo considera que su vida es una prueba de la extraordinaria capacidad de su pueblo para trascender el sufrimiento y lograr un mayor entendimiento.
“Crecí malnutrido, mal vestido, siempre maltratado por mi papá y mamá. Luego me regalaron como un perrito chiquito, con mi abuelo, allí me trataron peor. De sol a sol me la pasaba todo el santo día cuidando becerros y ordeñando vacas. Duraba como tres o cuatro días sin probar ni una tortilla y tenía que escavar en la tierra para encontrar raíces y alimentarme. Luego fueron a buscarme, pero yo no quería regresar y me quedé con mi hermano mayor”.
La marginación y explotación que los pueblos indígenas han padecido desde la época de la conquista llegaron a él intactas; pero también llegaron las palabras de los dioses, las visiones portentosas sobre la creación del cosmos que pudo conocer cuando probó el peyote, máximo sacramento de la religiosidad huichola.
“Tenía como ocho años y se me hacía agua la boca al ver a mi hermano comer las biznagas de peyote. Tenía mucha curiosidad por probarlo y cuando finalmente lo hice era muy amargo, entonces me dijo mi hermano:
-¿Ya te la comiste?
-Sí.
-¿Quieres otro?
-No.

-Pues ahora te lo vas a comer. Ahora yo te ofrezco.”
“Le pedí más, ni supe cuántos me comí. Me mandó a cortar leña y empecé a tener visiones: flores de muchos colores, venados, montañas… el desierto inmenso. Debajo de las piedras se asomaban víboras de distintos colores y tamaños que se enroscaban. Me platicaba la gente, pero no era gente, era el peyote. Escuché también sonido de música, la música de nuestros violines. Luego amaneció. Gracias al peyote, al tercer ojo, el Ojo de Dios, quedé conectado con otra dimensión por el resto de mi vida.”
Fue la iniciación de Santos en el conocimiento de Nierika, el contacto vivo con los mitos, una experiencia que perdura, se desgaja y agudiza a lo largo de toda la vida; un atisbo de una realidad sagrada que comprendió a profundidad a través de su padre.
“Mi padre era Marakame, un chamán, un sanador, y cuando le conté sobre mis primeras visiones con el peyote me dijo que las flores significaban que yo llegaría a ser chamán y que las serpientes eran el equipal o banco que ocupan los chamanes. Pero yo no me considero chamán. Yo no hablo con los dioses, pero sí he logrado plasmar algo de ellos, algo que es infinito”.
II. Descubriendo mundos
Santos careció de cualquier clase de educación: ni los conocimientos para convertirse en sacerdote o guía de su comunidad, ni la más mínima formación académica. Todo para él ha venido de la experiencia y así inició su camino en el arte, cuando a los 13 años su hermano mayor, Jesús de la Torre de Santiago, lo invitó a Ciudad de México para crear y vender figuras: burros, pajaritos, gallinas de estambre y sus primeros ojos de dios, las ofrendas votivas que los wixárikas tejen en diseños de hilos multicolor sobre cruces de madera.
“Descubrí que tenía habilidad con las manos. Fue la primera vez que hice algo distinto al trabajo de campo, al cuidado de los animales y la siembra del maíz, frijol o chile. En 1965 regresé solo al Distrito Federal sin conocer a nadie y sin hablar español. Yo apenas había aprendido algunas palabras con mi hermano. Sufrí más de lo que pensaba, pero poco a poco me fui acomodando y aprendí a trabajar haciendo cuadros de estambre de diferentes tamaños y precios. Conocí amigos que me fueron recomendando”.
Un día, viajando en un pesero cerca de su casa en la delegación Xochimilco, fue abordado por un hombre rubio que en un español masticado lo bombardeó con preguntas sobre su atuendo y sobre sus cuadros; era John Lilly, el científico, psiconauta y fotógrafo estadounidense que junto a su esposa Colette realizó una exhaustiva documentación y estudio sobre la cultura de los huicholes que lo convirtieron en uno de los principales coleccionistas y promotores del arte huichol contemporáneo.
“John hacía muchas preguntas y eso me molestaba porque yo no estaba acostumbrado a explicar, a darle un significado a mi trabajo. Además, yo era muy desconfiado porque nos habían enseñado a temer a los extraños. De niños nos decían que si veíamos a un extranjero corriéramos. Pero los llevé a nuestra comunidad y eso al principio trajo muchos problemas porque la gente decía que yo no había pedido ningún permiso. Yo no le veía nada de malo porque pensaba que ellos iban a poder grabar que trabajábamos mucho, que éramos gente trabajadora. Yo me sentía muy contento de poder conocer gente nueva”.
Este entusiasmo y curiosidad ante lo desconocido es uno de los rasgos más importantes del maestro De la Torre: el deseo de ampliar sus experiencias lo ha llevado a lugares inimaginables, le ha permitido romper sus límites y se ha convertido en un poderoso signo de su conciencia individual, algo que incluso lo ha llevado a confrontar creencias fundamentales de la cultura wixárika.
“Hace tiempo, el Marakame me llamó la atención. Me dijo que yo había pintado algo muy sagrado en uno de mis cuadros, algo que no debe ser revelado. Son cosas que sólo se muestran durante ceremonias del peyote, cuando el Marakame está cantando, hablando con los dioses y todos estamos conectados. Yo no he pintado nada pensando en hacer mal. Todo lo que yo hago en mi arte viene de algo que me emociona mucho, algo que necesito hacer porque tiene mucha fuerza y me nace un deseo muy grande de crear”.

III. Florecimientos-ocasos
Tras el encuentro con los Lilly, el joven Santos entró de lleno en el pujante mundo del arte huichol: su capacidad para trabajar las tablas de estambre creció y esto lo motivó a hacer obras de mayor formato y fuerza imaginativa.
Trabajó con reconocidos artistas huicholes como Tutukila Carrillo; invitado por el arquitecto Eduardo Terrazas, formó parte del equipo de artesanos que participó en la elaboración del logotipo de los Juegos Olímpicos de 1968 y trabajó junto a Terrazas en la exposición Tablas, expuesta en el Palacio de Bellas Artes en 1972.
“John Lilly me empezó a pagar muy bien por el trabajo, de ganar 25 pesos por un cuadro ganaba 300. Después me presentó a Terrazas y entré a trabajar con él, yo era el artesano más hábil de todos y me pagaba mejor. Pero pasó algo con Terrazas: perdí mi arte. Yo sólo copiaba lo que él me decía, pero no había sentimiento en el trabajo, así que me regresé a mi tierra porque estaba muy perdido”.
Regresó su rancho en la Mesa del Venado, ubicado en Santa Catarina Cuexcomatitlán, al norte de Jalisco, para volver a cultivar la tierra, labor que por generaciones ha sido el sustento de su familia y a la que se entregó con todas sus fuerzas, pero no pudo resistir por mucho tiempo el llamado de su espíritu creativo.
Cinco años después volvió a Ciudad de México y su enorme habilidad le abrió las puertas del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (FONAR) con la encomienda de elaborar una serie de cabezas de jaguar en chaquira. Además, el ingeniero Pedro Ramírez Vázquez (creador de obras como el “Estadio Azteca”, la “Basílica de Guadalupe” o el “Museo Nacional de Antropología”) le asignó la creación de una serie de cuadros de estambre con el símbolo de la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas.
Por si fuera poco, aparecieron importantes mecenas que llenos de fervor por el arte huichol se hicieron de sus servicios. Fue allí en donde conoció la técnica del Mandala tejido, pero lo más importante de ese periodo fue reconocer cómo su trabajo creativo lo llevaba a vivir experiencias que lo cimbraban en lo más profundo.
“Yo hacía una figura en estambre y cuando empezaba lo ponía en una pared, o así parada, y hasta me hacía llorar, pero no sé porque lloraba. Nomás de estar viendo ya se me estaba escurriendo el llanto. Cuando se trata de encargos no se piensa en nada, es pura concentración y atención en el trabajo. Pero llega un momento en que empiezo a imaginar, a sentir muchas cosas que hacen que la primera idea o diseño básico cambie muchísimo, hasta terminar en otra cosa, algo muy diferente y único”.
Fue en este tiempo, a principios de los años 80, cuando Santos de la Torre tuvo una de sus experiencias más fascinantes.
“Uno de los amigos del señor con el que trabajaba era de la India, y le habían regalado un changuito de estambre que yo había hecho. Tiempo después llegaron con boletos de avión para que yo fuera a la India a reparar el chango porque se había dañado durante el viaje. Yo no quería ir porque estaba muy lejos. No tenía pasaporte, ni acta de nacimiento, ningún documento y todo eso me ayudaron a sacarlo para ese viaje. Allá las vacas traen collares de flores, la gente va sin guaraches y es un sitio muy sagrado, que carga mucha energía. La casa del señor estaba arriba de un cerro y daban vuelta los carros para llegar. La comida es lo que más recuerdo, me decían: ‘allá hay pozole, pero no es maíz ni carne de puerco, es vegetal, pero sí te va a gustar’; y yo lo saboreaba. Está para no contarse, pero ya lo estamos contando, ¿no?”.
Los perfumes, ropas, rosarios y otros regalos de su estancia en India fueron consumidos por un incendio que acabó con su casa. De este viaje sólo conserva una imagen de Lakshmi, la diosa de la buena fortuna y la abundancia, y, al cabo de tres años, la relación con la esposa de su mecenas se deterioró y una vez más regresó a Santa Catarina, abandonando el arte por un largo periodo.
IV. Dar luz al mundo
Si bien es cierto que el cineasta Nicolás Echevarría mostró en su película “Eco de la montaña” (2014) el delicado proceso que el maestro Santos y su familia llevan a cabo para crear los imponentes murales que le han dado reconocimiento nacional e internacional, esta cúspide creativa surgió de dos motivaciones muy distintas: las dificultades económicas y el hambre espiritual.
“Durante todos los años que no pinté ni cree figuras me dediqué de nuevo al campo. La siembra puede ser buen negocio y había que sacar adelante a los hijos, a los nietos, a toda la familia ya que hasta el día de hoy yo sigo siendo el principal de la casa. Pero al mismo tiempo yo había terminado muy mal de la última experiencia en Ciudad de México: triste, aburrido, enojado por estar repitiendo. No había ideas nuevas y no sentía que estuviera creando algo. Como ya te había dicho, para nosotros el trabajo, el arte, es muy único, muy especial, porque buscamos dar luz al mundo, eso es lo que queremos con el arte: dar luz al mundo”.
De esta forma, Santos y su familia se embarcaron en una ambiciosa labor: la creación de un retablo compuesto por 100 piezas de 15×15 cm.
“Al terminarlo sentí que íbamos por buen camino. Desde siempre, el trabajo que hacemos es familiar. Mi esposa Graciela, por ejemplo, hacía un trabajo muy importante. Ella era muy liviana con la aguja, le era muy fácil dibujar y tenía mucha imaginación. Nuestros hijos y nietos también colaboran y en este trabajo grande pudimos ver todo eso. Además, era más impactante, más emocionante y más cerca de lo que yo quería lograr”.
Fue en 1993 cuando por invitación de un amigo Santos se postuló para obtener una beca del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes con el proyecto Misterio y viaje de los tres espíritus sagrados, el primero de sus murales.
“Nos dieron la beca y duré más de un año haciendo ese cuadro. No podía dormir porque se me agotaba la imaginación. Tenía que pedir mucho a Dios. No todo salió bien, pero cuando lo mostramos la reacción de la gente fue muy fuerte”.

A esta obra le siguió Pensamiento y alma de los huicholes (1997), comisionada por el Gobierno del presidente Ernesto Zedillo como parte de un intercambio cultural con el pueblo de Francia. Paradójicamente, la notoriedad que en su momento le dio este trabajo se debió a un acto de desprecio de parte del gobierno mexicano.
“No me pagaron por el trabajo, no fui invitado a la inauguración del mural y, sobre todo, el mural se montó mal y con esto perdió su propósito. Fue algo muy malo, pero es también parte de lo mismo que pasa con la tierra sagrada de Wirikuta: es explotada por empresas mineras de Estados Unidos y Canadá, y el gobierno de México permite todo esto”.
Sobre este mural que forma parte de la galería de arte de la estación Palais Royal-Musée du Louvre, el investigador Miguel Gleason comenta en su libro México insólito en Europa: “Es quizá la obra más impresionante y laboriosa en Europa, conformada por más de dos millones de chaquiras y que muestra la cosmogonía de ese pueblo (wixárika)”.
A este trabajo le siguieron Visión de un mundo místico (2001) que se encuentra en el Museo Zacatecano; El nuevo amanecer (2003) perteneciente a la colección “Folk art” del National Museum of Mexican Art, de la ciudad Chicago, Estados Unidos; Eco de la montaña (2014), pieza central del documental de Nicolás Echavarría y Diosa madre del caballo, Xotori K`kyari (2016), adquirida por el exclusivo hotel Playa Tierra Tropical, ubicado en la Rivera de Nayarit.
V. El llamado a los dioses
En 2014, el éxito que “Eco de la montaña” tuvo en festivales de cine de México y el mundo hizo que el maestro Santos conociera países como Alemania o los Emiratos Árabes Unidos. Además, tuvo oportunidad de regresar a Francia, un lugar en el vivió a principios del 2000, cuando lo invitaron a impartir talleres en la nación gala.
En 2017 el Congreso del Estado de Jalisco le entregó la condecoración “José Clemente Orozco” por su destacada labor en el campo artístico de la pintura, sin embargo, el maestro Santos de la Torre duda que su extensa trayectoria lo ayude a alcanzar su verdadero propósito: exaltar el valor del pueblo wixárika a través de su arte.
“Lo que yo quiero es preservar la cultura de México, la cultura de nuestros pueblos, y que sea reconocida como patrimonio de todos. Me acabo de enterar que en Canadá y en China fabrican pulseras, artesanías y hasta ropa con diseños, símbolos y colores del arte huichol. Pero nada de eso es auténtico. Los artesanos, las familias pierden muchas oportunidades de trabajo. Nosotros no somos máquinas y con cada pieza buscamos siempre una vida mejor. Una pulsera, un collar o un cuadro grande busca siempre darle lo mejor a nuestras comunidades”.
Pero nada de esto frena la tremenda energía creativa de un hombre que, afirma, no guarda ninguna clase de rencor, ni se siente intimidado por ningún prejuicio racial, cultural, educativo o económico.
“Para mí todos somos iguales. Yo no tengo porqué sentir miedo de entrar a ningún lado ni hablar con nadie. Así he sido siempre y tengo muchos amigos, en todos lados. Para nosotros, el peyote es el ojo de dios, es algo sagrado; pero lo que da la sabiduría no es el peyote, sino la fe, la fe de las personas”.
Orgulloso y dueño de una humildad que se impone ante cualquiera que lo conoce, el maestro Santos de la Torre sabe que su labor aún no ha terminado y hace un llamado a escuchar el Eco de la Montaña.
“Ayúdame. Acompáñame a llamar a dios Tatewari, a Tamatzi, a Tayau. Ayúdame a conectarnos con todo como buenos amigos en esta tierra, en donde todos estamos jugando”.