Parque Ciudades Hermanas: vitalidad mazatleca

Las fotografías para este texto son cortesía de M.A.R

Desde 2013, cuando se presentó el proyecto ejecutivo del Parque Ciudades Hermanas, se auguraba que la inversión, la calidad y dimensiones de la obra traerían un cambio importantísimo a una zona antigua (ya en los mapas de mediados del siglo 19 aparece como uno de los límites de la ciudad, uno de los tiraderos que, décadas más tarde, recibirían nuevos asentamientos) y tejida por contrastes: el Paseo Claussen y su portentosa naturaleza, las rancias residencias de Los Pinos, el caserío profundo del Cerro del Obispado, el vibrante barrio de la Zaragoza, la distante elegancia de Loma Linda.

A lo largo de tres administraciones, los gobiernos municipales y estatales fueron superando a empujones, tropezones y largas pausas importantes “escollos” como el COBAES 37 y su estruendosa demolición (estruendosa por los ruidos de su colapso y por los choques con las autoridades educativas del plantel que terminó por ser reubicado en la Colonia Villas del Sol). Otra traba mayor fue en el conflicto con la Universidad Autónoma de Sinaloa ante la necesidad desaparecer la Casa del Estudiante “Octubre rojo”, vestigio de las luchas estudiantiles en Sinaloa que ya arrastraba una prolongada agonía y que poco antes de su derrumbe fue explorada por la fotógrafa Eunice Adorno en una valiosa investigación.

Hasta el día de hoy, varias de las promesas del flamante proyecto (establecidas en dos etapas) no se han cumplido: la oxidación del Monumento a las Ciudades Hermanas habla elocuentemente de los vínculos anquilosados que tiene el puerto con ciudades de Estados Unidos, Canadá, Centro América y, desde luego, México. Tras la desaparición de “Octubre rojo” el terreno quedó abandonado y no se oyó más del estacionamiento, la Escuela de Artes Escénicas ni del Museo del Carnaval que, supuestamente, serían erigidos allí. El auditorio al aire libre, la plaza del parque y las fuentes danzantes han operado de forma irregular y deficiente, tiendo relumbrones en los conciertos de Carnaval y otros eventos de gran calado.   

Por otro lado, el patronato que tuvo en sus manos la gestión del espacio hasta finales del año pasado realizó un importante acercamiento con algunos vecinos de la zona para realizar labores de limpieza y mantenimiento, consiguieron materiales para construir y completar algunas áreas y gestionaron la organización de eventos; sin embargo, además de no conseguir que el parque tuviera un sustento de autogestión, no lograron comunicar cuál era su estructura de trabajo, la naturaleza de sus proyectos y la administración de los recursos con los que contaba el parque.

Finalmente, apenas en el mes noviembre y como parte de la responsabilidad recién adquirida sobre el parque, el Ayuntamiento de Mazatlán aprovechó el hermanamiento con la ciudad de Dolores Hidalgo, Guanajuato para anunciar con bombo y platillo una inminente “cirugía menor” para algunas áreas, labor que sería coronada con la construcción de un espacio gastronómico y cultural que, hasta el día de hoy, brilla por su ausencia.  

Diversidad ciudadana: un recurso desperdiciado

Sí, como muchas cosas en Mazatlán, el surgimiento del Parque Ciudades Hermanas no se ha dado a partir de una estructura sólida, visible y eficiente, pero en mayo se cumplirán tres años de una innegable trasformación que ha enriquecido la vida comunitaria en el puerto a través de un proyecto que, en sus diferentes etapas, no ha considerado ni integrado a sus planes un activo importantísimo: la riqueza de la ciudadanía.

Retas y torneos de basquetbol, ejercicios funcionales, gimnasio al aire libre, grupos de extranjeros jubilados que practican una especie de tenis; patinadores, picnics, rugby, danzas africanas y batucadas, misas con música cristiana, artes marciales, boxeo, futbol y baseball, grupos de yoga y meditación, sesiones fotográficas, danza contemporánea, grupos de estudio, parkour, break dance, juegos y paseos de perros, fiesta organizadas, festivales y presentaciones culturales, chapoteos en las fuentes (cuando funcionan), resbaladillas, besos y caricias entre parejas… niños, jóvenes, ancianos todos bendecidos por la brisa del Océano Pacífico y los juegos de luces del cielo.

Y en todo esto, en toda esta inventiva y movimiento, están el goce y la alegría, la competencia y la celebración, el vigor y la ternura, la contemplación y el deseo, la compañía y la soledad, humanidad y naturaleza, locales, nacionales y extranjeros hermanados en su necesidad de expresarse en las formas más diversas. Un universo de vitalidad que aprovecha y, a veces, agradece los esfuerzos de las autoridades políticas y civiles por crear y sostener un verdadero espacio público, uno de tantos que la ciudad necesita para manifestar sus potencialidades.

Si bien el Parque Ciudades Hermanas aún no cumple el objetivo de celebrar los lazos que “La Perla del Pacífico” tiene otras ciudades del mundo, lo cierto es que funciona como un espacio que hermana a la ciudad (pues no sólo es visitado por vecinos de colonias y barrios aledaños: habitantes del Centro, Playa Sur, Juárez, Lomas de Mazatlán, Cerritos, Pradera Dorada, Real del Valle, Villa Galaxia, etc.), todos convergen en este lugar demostrando que la vida también tiene sentido más allá de los centros comerciales, los restaurantes o los bares.

Me parece que esta explosión de vitalidad es lo que realmente debe ser ponderado al plantear nuevos planes para este y otros espacios: las necesidades y usos están allí, los públicos, las búsquedas y los perfiles que nuestra ciudad atesora (al menos una parte) conviven mañana, tarde y noche en el Ciudades Hermanas.

Los retos, como siempre, radican en establecer normas y encontrar mecanismos para que éstas tengan sentido y sean respetadas porque, si bien es cierto que las autoridades han tenido descuidos importantes, gran parte de la ciudadanía se centra en sus actividades sin ponderar que, en el gran esquema de las cosas, el parque necesita recursos, cuidados y atenciones que, hasta cierto punto, también nos pertenecen.

Estoy convencido de que, en esta expresión de nuestros gustos y necesidades; en esta revelación de nuestras identidades, el Parque Ciudades Hermanas y otros espacios públicos pueden ayudarnos a entender algunos aspectos de lo que Mazatlán valora y busca cuando hablamos de bienestar y calidad de vida; realidades que tenemos a la mano, que podemos diseñar, fortalecer y orientar sin la necesidad de convertirnos en “el Dubai mexicano”, en el “Miami sinaloense” o en otras pretensiones de “modernidad” que, se supone, llevarán al puerto a otros niveles de desarrollo.

En este sentido, es urgente ponderar proyectos de mantenimiento para espacios como La Carpa Olivera y el Ciudades Hermanas, lugares vandalizados y descuidados que a través de atención cercana y constante pueden elevar sus beneficios.

Cierro esta entrega agradeciéndole al Lalo y a su esposa, Lupita, los guardianes del parque que hacen esfuerzos notables por mantenerlo y mejorarlo. Con energía tremenda, con ingenio y perseverancia, Eduardo y su esposa han trabajado incansablemente contra viento y marea, contra la indiferencia de las autoridades y de quienes asisten al parque basándose en su ética laboral y en su convicción de que Mazatlán merece un lugar mejor.

Lástima que no te dejaste tomar una foto, Lalo, porque buena parte de las sonrisas que brotan en el parque, son obras tuyas.

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