Por Fernando Alarriba
A principios de este mes, durante la celebración del evento “El otro sabor de Mazatlán”, se anunció que el puerto volverá a buscar en 2021 su ingreso a la Red de Ciudades Creativas de la UNESCO en el campo de la gastronomía.
Dejo aquí algunas palabras sobre el proceso anterior…
En de julio de 2019 se dio a conocer que la candidatura de Mazatlán para ingresar a la Red de Ciudades Creativas de la UNESCO no cumplía con algunos elementos solicitados por la Comisión Mexicana de Cooperación con la UNESCO para ser una de las ciudades beneficiadas con esta importante postulación.
Como parte del equipo de trabajo que encabezó la candidatura del puerto, recibir esta noticia fue desalentador. Sin embargo, el riquísimo proceso de trabajo que en apenas diez meses dedicamos a comprender cómo el campo creativo de la gastronomía influye en la ciudad y, en especial, en reconocer el potencial que posee para crear nuevos modelos de turismo, convirtió ese lapso de tristeza en una reflexión que ahora comparto.
Creo firmemente que la negativa de CONALMEX debe interpretarse como un beneficio enmascarado, una pausa frente al futuro que nos invita a considerar no sólo el potencial que tiene Mazatlán para crecer a partir de nuevos paradigmas globales, sino que nos lleve a valorar las condiciones con las que cuenta la ciudad y así hacer de las aspiraciones realidades, y también, a convertir el esfuerzo de pocos en la determinación de muchos.
Sin embargo, considero que es crucial partir de la revisión de conceptos y el primero es de progreso, una idea expresada en múltiples realidades del puerto, incluyendo el turismo y la cultura.
Desde que en Mazatlán se decidió apostar por el turismo como un motor para su desarrollo pareciera que los tomadores de decisiones en los terrenos empresariales y políticos han aspirado a crear una ciudad que emule a los destinos más importantes de México y el mundo; sucedió primero bajo la premisa de ser una alternativa del glamuroso Acapulco de los años 50 y 60; y sucede hora, cuando el imponente Malecón mazatleco, uno de los más extensos de América Latina, se toma como la gran plataforma de un destino “sexy y atractivo” (según dijo un funcionario público durante la organización del Tianguis Turístico 2018) que trabaja a marchas forzadas para contar con su monumental Parque Central, símbolo de la modernidad patasalada, y qué decir de las nuevas torres que pregonan belleza, poder y prestigio.
Algo similar, aunque en proporciones muchísimo menores, ocurrió con la Candidatura de Ciudades Creativas de la UNESCO: se pensó que Mazatlán, con su valor como destino de Sol y Playa y con la vibrante actividad artística de su Centro Histórico, podría ingresar a esta red de cooperación internacional y así promoverse en los cinco continentes como la joya de la corona del turismo sinaloense. Sin embargo, a diferencia de otras iniciativas, en esta ocasión se impuso un tema esencial: el desarrollo sostenible.
En este sentido, la visión a largo plazo es inevitable y las experiencias de los expertos que participaron en el Foro Internacional UNESCO/ Mazatlán “Creatividad y Turismo Cultura para el desarrollo urbano sostenible” apuntaban hacia la necesidad de crear una visión de ciudad desde y para la ciudadanía; una visión cimentada en elementos como la creación de políticas culturales eficaces, procesos constantes de evaluación de las necesidades y áreas de oportunidad de la ciudad, o la formación de grupos de trabajo multidisciplinarios centrados en temas educativos, económicos y medio ambientales.

Además, las opiniones de los expertos sobre las limitaciones de Mazatlán para esta candidatura coincidían con aquellas que detectamos al inicio de la elaboración de nuestro expediente: esfuerzos individuales desarticulados, ausencia de políticas culturales, falta de datos relacionados a la economía en el sector restaurantero, negativas de participación de parte de actores clave (productores, empresarios, políticos, etc.), desconocimiento de agendas de cooperación internacional y en, especial, un entendimiento limitado sobre el vasto fenómeno que representa la cultura, tema que considero crucial y que comentaré más adelante con mayor detenimiento.
Todas estas ausencias, imposibles de solucionar durante el breve tiempo del trabajo sobre el expediente, hablaban de una búsqueda muy aventurada; pero, sobre todo, exponían a una ciudad que crece de forma errática y, hasta cierto punto, inconsciente, desbocada por transformarse en un destino deslumbrante.
Lo curioso es que nada de esto fue lo que sedujo y atrapó a los visitantes que desde Chile, Colombia, Brasil, Malta, Croacia o Barcelona vinieron a Mazatlán a conocer qué es lo que esta ciudad tiene para ofrecer al mundo y saber qué es lo que el mundo puede darle a Mazatlán para construir un futuro más promisorio.
Los edificios nuevos, los restaurantes bellos y el deseo modernizador de la ciudad eran sólo una contundente muestra de disposición y capacidad para hacer cambios. Pero para ellos el esplendor de la ciudad estaba en la calidez y franqueza de la gente, en la frescura y sencillez de su comida, en la música y el baile que palpita por todas partes, en nuestra naturaleza generosa y llena de recursos para el desarrollo de energías renovables y en una historia que se encuentra por doquier y que siempre encontrará a alguien que la sepa contar con pasión.
Esta autenticidad, esta forma de entender y experimentar la vida, es algo que históricamente ha escapado al sector turístico y que apenas en los últimos años ha comenzado a explorarse con mayor consistencia con pequeñas experiencias que promueven los modos de vida, las tradiciones y las costumbres: estamos pues en los terrenos de la cultura.
Pero para que todo esto perdure, e incluso, para que pueda transformarse en productos y servicios que sean generadores de riqueza, el concepto de cultura en Mazatlán debe ampliarse y trascender las bellas artes; un fenómeno que indudablemente ha sido vital en la construcción de la identidad porteña, pero que también ha terminado por generar trabas.
Como señalé anteriormente, la Candidatura de Mazatlán nos demostró que, para la mayoría de la población, lo que no ocurre sobre un escenario, se exhibe en un museo o se publica en un libro, difícilmente puede ser entendido como cultura. Y sin embargo, en el momento en que explicábamos cómo la preparación y el consumo de un platillo decían tantas cosas sobre la historia, el pensamiento y el sentido de la vida para los mazatlecos, la percepción sobre los hechos culturales cambiaba radicalmente; la gente no sólo se reconocía como parte de esa cultura, además se veían como productores de ésta.
Al igual que el turismo, este desconocimiento tiene su origen en un ideal sobre lo que la cultura debe representar (algo que no es exclusivo de Mazatlán) y que puede rastrearse con facilidad hasta mediados del siglo 19, cuando la música, la literatura y el teatro hicieron que el puerto se convirtiera en uno de los puntos neurálgicos de las artes en Sinaloa. La ciudad contaba con tres teatros y llegó a tener más de 10 diarios en donde se publicaban crónicas, relatos o poemas; además, la inquieta actividad comercial estimuló el intercambio de usos y costumbres entre asiáticos, europeos, indígenas, mulatos y norteamericanos, dotando a la ciudad de un carácter multicultural que sirvió como caldo de cultivo para la expresión artística más célebre del estado: la música de tambora.
De igual forma, se evocan insistentemente las visitas y estancias legendarias de personajes como Tina Modotti, Allen Ginsberg, D.H. Lawrence, Edward Weston, Amado Nervo, Enrique González Martínez y otros (incluyendo a Walt Disney y Bob Dylan) creando así la idea de una ciudad de artistas y pensadores; esto sin contar el hecho de que Pedro Infante, “El ídolo de México”, nació aquí.
Pero el principal motivo para entender de forma exclusiva el arte como sinónimo de cultura es mucho más reciente, y se da a partir de 1986, con el rescate del Teatro Ángela Peralta, piedra de toque de la transformación del Centro Histórico de Mazatlán, un proceso que en poco más de tres décadas ha desencadenado un verdadero parteaguas en la ciudad con el desarrollo de infraestructura cultural (museos, centros de enseñanza, galerías, etc.); capacitación de artistas y gestores locales; una rica oferta artística en todas la disciplinas y el lento pero innegable surgimiento de empresas y trabajadores independientes que se concentran en foros, cafés, tiendas de artesanías, librerías y estudios.
Sin embargo, esta visión especializada, la concentración en una zona y, sobre todo, el hecho de que sean las instituciones públicas quienes cargan con la mayoría del peso de la actividad cultural, han fortalecido la imagen de un campo destinado a una minoría (alta cultura), que funciona perfectamente sin la intervención de agentes externos a la cadena productiva del arte y que ofrece productos y servicios confinados a su área de acción inmediata (la exposición, el concierto, etc.).
Estos universos, los del turismo y la cultura, suelen articularse bajo una visión distanciada de la ciudadanía; una visión construida de arriba hacia abajo, una lógica en la que la opinión pública o la intervención de especialistas rara vez se toma en cuenta. Así pues, se actúa bajo la presión del corto plazo que deja poco lugar para la evaluación de resultados, la planeación metódica o la búsqueda de metas claras y medibles. Estamos lejos de la sostenibilidad.
Y es justo aquí en donde el rechazo de la Candidatura de Mazatlán debe interpretarse como un beneficio; la oportunidad de empaparnos de nuevos referentes que apunten a la construcción de una ciudad y una ciudadanía mucho más consciente de lo que el presente y el futuro exigen. Podemos pasar de una ciudad pensada como destino para los visitantes, a una ciudad que sea una realidad deseable para la propia ciudadanía; de un espejismo que promete experiencias grandilocuentes a una ciudad que sepa interpretar y promover sus notables recursos naturales, humanos y materiales.
En este sentido, estoy convencido de que la tentativa de ingreso del puerto a la Red de Ciudades Creativas de la UNESCO representa una aproximación histórica porque, además de enfatizar el entendimiento de la cultura bajo un concepto antropológico, invita a pensarla como una actividad con profundas y complejas implicaciones económicas, sociales, políticas y hasta ambientales.
Mazatlán está plagado de bienes culturales que ofrecen posibilidades de desarrollo de productos y servicios que ayuden a fortalecer el turismo cultural: su historia debe ser la base de atractivos recorridos, tours y diseño de mercancía; su Carnaval, que suele tomar como tema complicadas alegorías de carácter mitológico, puede construirse a partir de las costumbres, las tradiciones y los relatos de la ciudad para promover a nivel local, nacional e internacionalmente la identidad porteña y, finalmente, los artistas y trabajadores de la cultura constituyen un grupo de profesionales que pueden integrarse con mayor vigor a campos como el entretenimiento turístico, la publicidad e incluso, en la creación de espectáculos impregnado de los símbolos patasaladas.

Por otra parte, el puerto debe aprovechar el hermanamiento con otras ciudades de México y del extranjero no sólo para promover sus playas, su Carnaval y sus atractivos artísticos, sino para crear vínculos de cooperación política que fortalezcan el conocimiento de la ciudad en temas de sostenibilidad, políticas culturales y el empoderamiento de las empresas culturales. Recientemente se firmó un acuerdo de promoción turística entre Mazatlán y Ciudad de México y basta mencionar el interés de representantes de ciudades como Florianópolis (Brasil) o Valparaíso (Chile), Ensenada y Mérida (México) por realizar intercambios con nuestra ciudad.
Por la limitación de mis conocimientos en materia turística, lo único que me atrevo a proponer es la elaboración de grupos de reflexión integrados por empresarios, prestadores de servicios turísticos, autoridades políticas, académicos, científicos, asociaciones civiles y representantes ciudadanos que consideren las condiciones medio ambientales y naturales del puerto de cara al futuro.
Basta con poner como ejemplo la pesca y el abastecimiento de agua. El puerto presume la abundancia y calidad de sus productos de mar y, sin embargo, muchos de éstos provienen de estados como Sonora y Nayarit; se sigue explotando la pesca del atún y no hay respeto por las vedas. Por su parte, el abastecimiento de agua es un problema que ha comenzado a volverse grave a partir del crecimiento acelerado de la ciudad, aunado al incremento de visitantes que trajo la construcción de la carretera Mazatlán-Durango que generan una fuerte demanda adicional.
Dejo estas ideas no sin antes aclarar que son apenas una impresión de una realidad mucho más compleja sobre lo que nuestra ciudad ha sido, es y puede ser; pero, sobre todo, que son ideas que esperan convertirse en contribuciones más palpables para una ciudad que jamás ha parado de reinventarse y que estoy seguro habrá tomado un nuevo impulso con su candidatura de ingreso a la Red de Ciudades Creativas de la UNESCO.