Fotografías: Cortesía/Cultura Mazatlán
Al ver la animosa fila que se formaba para entrar al concierto de “Su Majestad: Mi banda El Mexicano con la Orquesta Sinfónica del Teatro Ángela Peralta” recordé las fiestas del barrio. “No bailes de caballito” concentraba el alboroto de la cuadra en la pista de baile, un cuadrilátero de sillas blancas en donde los contoneos, las piruetas, los saltos, las carcajadas, los desfiguros y otras delicias se caldeaban hasta la madrugada.
Desde entonces conservo mi gusto por esta agrupación mazatleca encabezada desde hace 38 años por Casimiro Zamudio que en esta noche de abril regresó al máximo foro cultural del puerto para tropicalizar un concepto musical que ha rendido frutos durante más de dos décadas: las presentaciones de referentes de la música popular mexicana acompañados por orquesta sinfónica, fórmula que ha alcanzado sus mejores momentos con El TRI, La Sonora Santanera y Los Ángeles Azules.
Antes de la función ya eran inusuales los cuchicheos y gritos de balcón a balcón, una atmósfera rara para un espacio que el Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán ha apostado por mantener bajo un manto de solemnidad que nos recuerda, demasiado a menudo, que este es un “recinto”, que la cultura es algo serio, casi sagrado, a lo que es necesario aspirar para convertirse en un público “culto” capaz de “contemplar” las bellas artes, nociones que comenzaron a tomar forma desde mediados del siglo 18 y que dieron lugar a la llamada alta cultura.
Afortunadamente, los asistentes sabíamos que la noche se trataba de otra cosa: un tributo a una banda que rezuma el ánimo desparpajado y festivo del ser patasalada, una agrupación que, más que transformarse, ha reciclado su sonido, ha sobrevivido a las crisis internas del grupo, a los problemas personales de sus integrantes y, manteniendo su carácter bullanguero, su visión de propiciar jolgorio, se volvió un clásico, un emblema de la adoración nacional por la pachanga y que abrió el evento con “Ya llegó” y su canto de batalla: “¡Mi Banda el Mexicano con ustedes, ¡Pa’ bailar, pa’ gozar!”

Un sinfónico no tan sinfónico
En un principio, la espectacular muralla de músicos de la Orquesta del Teatro Ángela Peralta, encabezada por el maestro Sergio Freeman, sugirió que la propuesta del sinfónico iba en serio con los coquetos acordes de “Ramito de violetas” al ritmo de un caliente danzón.
Pero una vez que El Mexicano tomó sus instrumentos y, en especial, cuando Casimiro Zamudio apareció en las alturas de una plataforma y descendió al escenario, la mezcla de technobanda y sinfónica no lució y, durante la mayor parte del concierto, la orquesta se limitó a fungir como un elegante acompañamiento que rompía su rigidez en breves chispazos que dejaron ver que la propuesta musical realmente tiene mucho que ofrecer si es revisitada y desarrollada a conciencia, con una importante inversión económica, para llevarla un mejor nivel en futuras presentaciones… ya me vi en el “Mi banda el Mexicano Sinfónico World Tour 2022”.
Sin embargo, la realidad es que más allá de las limitaciones de la propuesta, el concierto cumplió con creces sus objetivos: recaudar una buena taquilla (boletos agotados) que será donada a la Escuela de Música del Centro Municipal de Artes de Mazatlán, hacer un experimento musical que resultara atractivo para quienes lo vieron en vivo o a través de transmisión vía streaming y, sobre todo, montar una presentación de carácter histórico, tal como anunció la presentadora antes de la función. Pero, si la música no brillo y la fusión no terminó de cuajar, ¿En qué radica el carácter “histórico” del evento?
“Las llaves de… la cultura mazatleca”
Al final del espectáculo, Casimiro Zamudio, cansando y conmovido, recibió “las llaves del Teatro Ángela Peralta”, un reconocimiento que no recuerdo haber escuchado antes (quizás se lo sacaron de la manga, un recurso recurrente en la actual administración) pero que definitivamente no le fue concedido a artistas de la talla de Diego el Cigala u Omara Portuondo que alguna aportación cultural habrán realizado.

Pese a esto, lo cierto es que estas y otras estrellas, íconos o celebridades del arte, la cultura y el espectáculo no tienen un peso específico para la cultura local, ni representan nada para el imaginario colectivo que, desde luego, está condicionado por sus capacidades y niveles de acceso a la cultura y, claro está, por los gustos y preferencias.
En oposición a ellos, Mi Banda el Mexicano encarna la fiesta perpetua que corre en la sangre porteña, su bulla y sabor, su ocurrencia y picardía que cualquiera que reconoce en el temperamento patasalada, y esta clase de actos simbólicos nos invitan a realizar un ejercicio más profundo: entender, estudiar, promover e interpretar de otras formas aquellos hechos culturales que resultan vitales para nuestra comunidad y, por lo tanto, que nos ayudan a interpretar con mayor conciencia sus fibras más vitales.
Sin duda, la pachanga y la algarabía no nos ayudarán a salir de la encrucijada social y política en la que nos encontramos, pero sí ayudan a comprender que son parte del goce, la calidez y el colorido que hacen de Mazatlán una ciudad tan vibrante que, si algo sabe, es reír y disfrutar.
El espíritu del TAP baila de caballito
Françoise Rabelais decía que “Una pulgada de alegría es mayor que un palmo de sufrimientos, porque reír es propio del ser humano” y esta máxima se vivió a la perfección en el reino de “El Mexicano” y saben qué, fue refrescante escuchar aplausos y gritos espontáneos y no las respuestas impostadas propias de los conciertos de ópera y música clásica; el júbilo fue la nota constante y tuvimos oportunidad de despegarnos de la cansina exaltación de lo sublime, del dolor de la tragedia y la reflexión honda, hasta el vacío, que muchos artistas elaborar de forma rebuscada y que terminan por crear audiencias sumisas y apocadas.

No, aquí resultó estimulante ver al Ángela Peralta destrampado en bailes que llevaron al público a dejar sus asientos (peso a los tímidos esfuerzos de las edecanes) para tomar los pasillos y corear “Help! (Ayúdame)”, “El mambo Lupita”, “La bota”, “Ya llegó”, “Pelotero a la bola”, “Ma, me, mi, mo, mu” y otros éxitos con un Casimiro que lucía sus pasos de baile, jalaba su bufandita, ejecutaba extraños solos de guitarra y presumía su humanidad de rockstar regordete, encanecido, lento y carismático…rockstar de auriga y pulmonía, rockstar de malecón a tope en fin de semana, rockstar de fiesta de barrio con marlín en escabeche, frijoles puercos, sopa seca y una cheve bien helada y ver que, como dice un camarada, “El Casimiro es nuestro Kurt Cobain, nuestro David Bowie”.
Y no, no nos espantemos. Este show no significa la vulgarización de la cultura en Mazatlán, es tan sólo un recordatorio de las verdaderas dimensiones culturales del Teatro Ángela Peralta, un lugar en el que a lo largo de la historia no sólo se han cantado arias, también se han gritado rounds de peleas de box y han brillado estrellas de burlesque y prestidigitadores; Amado Nervo ofreció discursos y poemas, ha albergado borracheras y pasarelas de carnaval, convenciones de la Revolución Mexicana, a una Premio Nobel de la Paz y a talentos de Asia, África, Europa y América.
La noche del 10 de abril del 2021 en el Teatro Ángela Peralta, Su Majestad: Mi Banda El Mexicano, de Casimiro Zamudio, recibió un sitio de honor en el palacio de la cultura oficial mazatleca, un expresión de cómo lo popular representa y significa mucho más de lo que somos capaces de aceptar; algo que ya ha sucedido en otras ocasiones, como cuando las salvajes fiestas de la harina fueron convertidas en un flamante carnaval y qué decir del momento en el que la música de tambora, esa burda imitación de las bandas militares, se convirtió en insignia del alma sinaloense y en un modelo aspiracional de poder, riqueza y prestigio.
No creo que “Feliz, feliz” ni el “Ramito de violetas” se conviertan en la música oficial de las recepciones mazatlecas de altos vuelos (aunque con eso de que ahora los políticos hacen campañas en ataúdes, todo puede pasar) pero en este momento, si alguien me pregunta a qué ritmo se mueve Mazatlán, sin lugar a duda puedo decirle que, del teatro a la calle, el puerto baila con Mi Banda El Mexicano y eso, también es cultura.