Ciclovía Mazatlán

Ciudad de primera, ciudadanía de…

Primer acto: Para extender la ciclovía, quitan estacionamientos en el malecón.

Segundo acto: Los ciclistas transitan sobre el malecón, no sobre la ciclovía.

Tercer acto: Peatones y corredores transitan sobre la ciclovía, no sobre el malecón.

¿Cómo se llamó la obra?

Me hago esta pregunta mañana, tarde y noche cuando veo en la reciente ampliación de la ciclovía del malecón de Mazatlán la expresión de uno de los factores que mantienen al puerto estancado: nuestro perfil como ciudadanía.

Sin duda, el desdén de los políticos locales a priorizar en la construcción de obras (llámenle drenaje, dragado del canal navegación o como quieran) o el mar de tranzas que subyace tras los “grandes proyectos” (desde el Tiburonario, esa Catedral del crimen mazatleco, pasando por la rigurosa “manita de gato” al malecón) terminan por entregarnos a un panorama desalentador.

Pareciera que estamos ante un manual de vicios que se sigue impecablemente en las esferas del poder y que éste ha rebasado tanto nuestra capacidad de asombro que sólo nos queda conformarnos con una vida pública marcada por la impotencia y la rabia.

Porque esto es, en mi interpretación, lo que explica el uso caótico de las ciclovías y de muchas otras áreas de la vida pública: una actitud de rebelión hacia las autoridades, un reclamo (con forma de berrinche) ante el fallo sistemático que éstas han tenido en su responsabilidad de establecer bases para el bienestar, y cierto desprecio y encono hacia todo lo que lleve el signo del gobierno: señalética, reglamentos, uso de espacios, leyes, proyectos…

Sin embargo, más allá del desafío a la autoridad y de esa agresión (velada o explícita) hacia el orden público, hay algo a lo que renunciamos y socavamos con estos comportamientos: la posibilidad de construir otra clase de ciudadanía.

Sí, indudablemente el estado y sus instituciones son cruciales para la creación de bienestar, pero limitarse a su accionar y, sobre todo, renegar de la propia responsabilidad nos habla de una ciudadanía vencida, incapaz de crear soluciones y definitivamente tan inadaptada e inepta como sus gobernantes, sus “eternos verdugos”.

En este sentido, y en muchos otros, tenemos el gobierno que merecemos porque, en el fondo, hemos asumido una conducta similar a la del hijo desobediente que reta a sus disfuncionales figuras paternas; autoridades abusivas e incongruentes que, antes de proteger y orientar, confunden y dañan: “me dices qué debo hacer, pero veo que tú haces todo lo contrario, entonces, ¿Por qué carajos debo hacerte caso?”.

No estoy diciendo que el estado deba ser concebido como una especie de padre o madre (aunque, indudablemente, hay gobiernos paternalistas) ni que los ciudadanos debamos ser educados como bebés (aunque a más de uno le hace falta un pañal para evitar que mee o cague en la calle).

No. Aquí estamos hablando de aspirar a crear sentidos y propósitos, de establecer conductas lógicas que nos den la noción de que vivimos mejor, de que construimos un lugar y una dinámica social mejor, y de que poco a poco dejamos de lado los discursos, las promesas y las buenas intenciones que no llevan a nada.

Pero mientras no aceptemos estos aspectos negativos de nuestro perfil como ciudadanía, mientras neguemos traerlos a la mesa y sigamos refugiándonos en la belleza y generosidad de nuestra naturaleza (tan violentada y vulnera por nosotros) y al carácter generoso, alegre y cálido de los hombres y mujeres de estas tierras (que raya en el escapismo y apuesta por la obtención del placer inmediato), seguiremos aspirando a un sentido de bienestar grandilocuente y efímero, pues éste pasara por alto lo que, justo ahora, está en nuestras manos.

Mucho se habla, y, hasta cierto punto estoy de acuerdo, de que son necesarias multas y otra clase de medidas (implementación de servicio social, clases o cursos obligatorios de uso de los espacios públicos) para crear una ciudadanía que opere bajo el principio de causa y efecto (falta-castigo), porque aspirar a que, en este momento, sea la propia ciudadanía quien corrija, oriente y sancione a locales y turistas sería una locura: basta con pedirle a alguien que ponga la basura en su lugar o invitar a los ciclistas a utilizar la ciclovía para ganarse un pleito que no llevará a nada.

Pero, ojo, el momento en que el gobierno trate de “meter en cintura” la ciudadanía, ¿quién le exigirá al gobierno? ¿Quién evitará que el hijo rebelde vuelva a las andadas cuando el padre-madre irresponsable vuelva a hacer de las suyas? ¿Cómo garantizar la congruencia de un sistema que, paradójicamente, es extremadamente eficaz en imponer el caos y el sinsentido?   

La ciclovía es una expresión muy básica de nuestro raquitismo ciudadano que también se aprecia en una educación vial cada vez más pobre (rebasar por la derecha, obstruir pasos peatonales, estacionarse en lugares para discapacitados, a media calle o sobre las banquetas, etc.), en nuestra inagotable inventiva para contaminar (con desechos o con ruido) o en el refinado arte de la “mordida”, esa llave maestra contra todo tipo de “atropello” de los puercos, los cochis…la policía.

De momento, no pretenderé ofrecer alternativas, propuestas o soluciones más allá de la necesidad de aceptar estos aspectos de nuestra identidad, no como algo inevitable, sino como un paso obligado para el cambio; después de todo, no se puede cambiar algo que no se reconoce.

Creo que la gran transformación de Mazatlán está más allá de las espectaculares torres que brotan por toda la ciudad, de la implementación de nuevas tecnologías que buscan brindar seguridad y confort a turistas y locales o de proyectos que auguran una economía más fuerte.

Para mí la gran transformación de Mazatlán también radica en la aceptación de esa impotencia y esa rabia que arrastramos, de esa tendencia a ignorar y atropellar lo que, en el fondo, busca brindar orden y así aspirar, gradualmente, a tener una ciudadanía más robusta; capaz de exigir a sus autoridades con el ejemplo y no con rabietas y, quizás, algún día, esas autoridades podrán estar a la altura de una ciudadanía que logró transformarse.  

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