Olas Altas

Personalidades urbanas de Mazatlán I

Por Fernando Alarriba

Las fotografías para este texto son cortesía de M.A.R

Richard Florida, experto en geografía y crecimiento económico, utiliza el concepto de personalidades urbanas para referirse a cómo cada ciudad tiende a mostrar sus identidades en espacios que están configurados a partir de sus actividades económicas, su dinámica cultural, social, política o por el medio ambiente.

El Malecón de Mazatlán, el espacio más emblemático de esta ciudad, es ideal para aplicar este concepto y así entender la diversidad y complejidad de la Perla del Pacífico.

Olas Altas

El paseo más antiguo de la ciudad, marcado al Sur por el Escudo de Sinaloa y al Norte por el Monumento al Venadito, mezcla la actitud desenfada de los porteños con el dinamismo económico que rezuman los restaurantes, bares, bancos, hoteles y establecimientos dedicados a actividades recreativas que hay en la zona.

La vitalidad de Olas Altas radica en su naturaleza como espacio de tránsito: zona de desplazamientos, calle principal del pequeño puerto que creció a pasos agigantados a mediados del siglo 19 y un lugar de convivencia que nutre la actitud contemplativa de los mazatlecos (siempre hechizados por el mar), y su temperamento desenfrenado que alcanza su esplendor durante el Carnaval y la Semana Santa.

Olas Altas aparece en crónicas, mapas, poemas, fotografías y otros registros de la sensibilidad y el intelecto como un espacio crucial del Centro Histórico, el área que concentra la mayoría de las galerías, museos, foros y talleres artísticos de la ciudad.

A este valor cultural se suma el hecho de que Olas es un barrio tradicional que, por su arraigo y peso en el imaginario colectivo, y por la riqueza económica que allí se produce, es capaz de unificar los esfuerzos, aspiraciones y necesidades de los vecinos como pocos lugares de la ciudad.

Por otra parte, desde Olas Altas se avista el infinito; se presiente y abraza lo nuevo, lo desconocido. De acuerdo con la periodista Leticia López, allí surgió la hospedería a mediados del siglo 19 en el Hotel Oriental, un hotel-fonda propiedad de inmigrantes chinos. Pero fue un siglo más tarde cuando Mazatlán comenzó a ser imaginado como destino turístico, y en Olas Altas aún se mantienen dos auténticos monumentos de aquella apuesta que hoy cosecha enormes frutos: los hoteles Freeman y Belmar.

Su eterna playa, cuna de atardeceres prodigiosos, dejó de ser un tranquilo refugio para paseantes y pescadores locales para convertirse en un boyante polo turístico basado en el encuentro con lo multicultural, algo que tiene su expresión más simplista en menús integrados por huevos poché, café expreso, baguettes, tamales y chilaquiles.

Sin embargo, la verdadera raíz de estos intercambios descansa en los migrantes chinos, franceses, españoles o alemanes que en algún momento hicieron de este uno de los puertos comerciales más importantes de México y que dieron vida a expresiones culturales únicas como la tambora sinaloense.

Pero si hablamos de influencias culturales, Estados Unidos es el país que ha dejado algunas de las marcas más significativas en Olas Altas a través de fenómenos contraculturales como la generación beat, el movimiento hippie o el surf.

En los años 50, los escritores de la generación beat llegaron al puerto encabezados por Allen Ginsberg y Jack Keroauc. En sus escritos, además de narrar experiencias místicas en la Perla del Pacífico, sugieren haber hallado una especie de santuario ante el asfixiante sistema social y político de Estados Unidos. Más de medio siglo después, Mazatlán es, para cientos de expatriados estadounidenses y canadienses, un paraíso en el que crean una vida nueva y en donde tienen días de rebosante calma y placer al amparo del poderoso dólar.

El movimiento hippie transformó de golpe a toda una generación con la música, la moda, el lenguaje y, en especial, el uso de drogas, pues si en Mazatlán éste se remota hasta el siglo 19, me parece que su desatanización se dio durante el Verano del 68, cuando la rebeldía innata de los jóvenes fue valora como fuerza revolucionaria.

Por otra parte, la cultura del surf y el patinaje dejaron los torsos desnudos, los bikinis, la devoción por la adrenalina y el cultivo del ocio en comunión con la naturaleza; expresiones que se hermanan perfectamente con la sencillez, descaro y picardía de los patasalada, gente que lleva el calor del trópico calado al hueso.

Estos y otros personajes entre los que se incluyen a grupos de improvisadores de rap y músicos de reggae, dan a Olas Altas ese aire extravagante y abierto que se magnifica los fines de semana cuando el paseo se desborda con cientos de jóvenes que gritan sus sueños, sus batallas y sus héroes a través de sus tatuajes y atuendos; en la embriaguez de su energía, sus charlas y sus risas.

Esta embriaguez no espanta a las generaciones de mayor edad, al contrario: al caer la tarde las familias desfilan, atestiguan la fiesta y se suman sacando sillas y hieleras para platica, beber, carcajearse y bailar al ritmo del rock y de las cumbias que brotan de los bares mientras el paseo es atravesado por peatones, deportistas, aurigas, pulmonías o RZRS que se estremecen con reggaetón, música de banda y corridos.

Así, en este equilibro de trabajo y ocio; en esta pasión por la relajación, el desmadre y el emprendimiento, Olas Altas se mantiene como un nicho que excita y colorea la ciudad uniendo a locales, turistas y extranjeros.

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